En el último tiempo, y gracias a lo que la ciencia ha logrado ir descubriendo y a la vez, conjeturando nuevas teorías sobre la creación y evolución del universo, ha permitido ir esclareciendo las grandes interrogantes que han acompañado a la humanidad desde que aquellos primeros humanos miraran al cielo, la duda de donde venimos, cómo se creó todo, el universo, nuestro planeta, y lo más importante, cómo se inició la vida en La Tierra.
Pero en la incesante búsqueda de las respuestas a tan esenciales interrogantes, y en las respuestas que se han logrado encontrar en lo largo de la historia, era imposible que en algún momento tal búsqueda se enfrentara a la fe, o mejor dicho, a la religión, sea cual sea.
Entonces, y en un fácil ejercicio, basta retroceder en el tiempo, y recordar a cuantos científicos que en su exploración por respuestas, lograron descubrir verdades que hoy en día son incuestionables, pero que en su momento, chocaron frontalmente con la doctrina religiosa, que establecía verdades en base a sus creencias, pero sin ningún fundamento científico. No tiene sentido buscar las responsabilidades de tal error en nuestros tiempos, pero si tiene objeto el entender tales hechos históricos para lograr comprender lo que la ciencia actual nos permite encontrar en su investigación de respuestas.
Hoy en día, y gracias a las mentes más elevadas de nuestro tiempo, sumado a los avances de la tecnología, hemos podido encontrar y entender sucesos cósmicos que invariablemente nos atañen, respecto al origen del universo, el origen de nuestro hogar, así como la incansable cruzada por descubrir cómo se inicio la vida en nuestro planeta. Pero aquella búsqueda, junto a las respuestas encontradas y a las teorías nuevas que se plantean, tienen como consecuencia, quizás con la intención o no, a tocar las respuestas que la religión nos entrega a las mismas preguntas que se plantean los científicos por responder. Y naturalmente, las respuestas difieren completamente. Y de esa forma, los mismos juicios que sufrieron numerosos científicos de las más diversas áreas en siglos pasados, vuelven a escucharse. En pocas palabras, no se ha aprendido nada al respecto.
Pongamos un ejemplo reciente.
Hace semanas, en el primer capítulo de una serie del cable, Stephen Hawking, una de las mentes más brillantes de la actualidad, planteó su teoría respecto a la formación del universo, su creación, y de cómo llegó a la conclusión de que no se necesita un creador para formación del universo, de cómo tampoco es necesario para su diseño y evolución, y además, de que antes del Big Bang, no existía nada, ergo, tampoco un creador que diera inicio al universo. En el transcurso del capítulo, el explicó las respuestas encontradas por grandes mentes en el pasado (caminando sobre los hombros de gigantes), de cómo eso influyó en las preguntas que se responde hoy en día, las teorías actuales sobre misterios aún sin responder, y en definitiva, sus teorías propias (algo imposible de no prestar atención).
No sólo lo expuesto en el capítulo fue interesante de prestar atención, sino además, los comentarios expuestos por las más diversas personas en diversos foros de internet. Y no dejaba de llamar la atención que las respuestas más confrontacionales provenían de aquéllos que veían desacreditadas sus creencias religiosas. La gran mayoría de esas respuestas en vez de contra argumentar mediante una respuesta razonada, era un contraataque basado en creencias religiosas en vez de entregar un racionamiento a lo menos lógico.
Y llama la atención tales respuestas tan viscerales. La ciencia, desde que yo recuerde, no busca desacreditar nada, si busca el encontrar respuestas a las interrogantes que mentes inquisitivas se plantean respecto de los fenómenos de la naturaleza o cósmicos. En cambio las religiones, pareciera que al encontrarse tales respuestas se viera violentada o desacreditada, por lo su respuesta es más apasionada que razonada.
Pero al fin del día, en lo que respecta a las respuestas encontradas, el peso de la evidencia científica se impone por si mismo.
En el tenor de tal situación, se produce un fenómeno curioso, que es la falta de tolerancia al escuchar y respetar opiniones diversas. Es indiscutible el derecho de toda persona de expresarse, pero es algo obvio, que la forma de expresión debe enmarcarse dentro de ciertos parámetros. Si tengo cierta opinión sobre algún tema, nadie puede negarme el expresarla, pero si me encuentro dentro de una situación cuyos parámetros superan mis conocimientos o mi competencia, no puedo entrar a opinar de manera tan apasionada si personas que se encuentran varios peldaños más arriba que yo en su ciencia opinan distinto de mí. Lo lógico (y hasta lo educado) sería prestar atención a lo expuesto, y si mi deseo es participar de la discusión de manera más igualitaria, mi deber es prepararme, estudiando o leyendo sobre la materia en discusión, y no desacreditar a alguien si piensa distinto de mi. Y a la vez, me expondría únicamente a hacer el ridículo.
Termino, dejando un tremendo video que vale la pena ver, que lo disfruten:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario