Aquí les dejo dos de mis canciones navideñas favoritas, y estoy mas que seguro de que Uds. las conocen, ojalá las disfruten.
martes, 16 de diciembre de 2008
Villancicos
Aquí les dejo dos de mis canciones navideñas favoritas, y estoy mas que seguro de que Uds. las conocen, ojalá las disfruten.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Soliloquios de Belén
Yo los conocí al escucharlos en Radio El Conquistador, quien lo emite al aire durante diciembre, y aquí los reproduciré para el deleite de todos.
El Posadero
Aunque me hubiera quedado una habitación libre, desde luego no se la hubiera dado a esa pareja. Gente sospechosa. Han dicho que eran marido y mujer, pero yo no me chupo el dedo y a mí no me la pegan.
Él es demasiado viejo y ella demasiado joven. Y como está encinta... Tal vez es el padre que la ha sacado de su pueblo para evitar el escándalo. Pero la mía es una posada honrada, y aquí no quiero partos clandestinos.
Por otra parte, no me parece que la trate como a una hija. Este vejete la mira como si fuera una cosa santa y casi con reverencia. Acaso es un criado de confianza que ha cargado con este bonito trabajo... De todas maneras, su marido no es. Y ella con ese aire inocente y casto como si no se avergonzase de nada... Y debe de estar en los últimos días. Ya te digo yo que las apariencias... ¡Fíate de las mujeres! Parece una virgen y está a punto de ser madre. ¡Hay que ver! Y luego, como si no bastara, huelen a miseria desde una legua. Y en mi casa no quiero pobres. Serían capaces de plantarse aquí durante un mes, con la excusa de la parturienta, y al final de todo oírles decir que no tienen bastante dinero para pagar la cuenta.
Si hubieran llegado con bonitos vestidos y con la bolsa llena acaso hubiera podido encontrar un rinconcito para ellos. El mozo podía haber ido a dormir a casa de sus hermanos durante algunas noches... Cuando el oro está de por medio todo se arregla. Pero con esos no hay nada que hacer. Ella lleva un vestido cualquiera que yo me avergonzaría de dar a mi mujer, y él un manto liso que debe de tener más años que quien lo lleva. Además, habría el peligro de que los gritos de ella y los lloros del niño molestaran a los otros viajeros. ¡Buena cosa encontrarse la posada vacía por culpa de dos vagabundos misteriosos! Aseguran que son galileos, pero el refrán dice que de Galilea nunca puede venir algo bueno.
¡He hecho bien en sacármelos de encima!
Un agujero en cualquier sitio lo encontrarán seguro antes que sea de noche.
El dueño del establo
Ya he dicho que sí, pero casi, casi me arrepiento… En la posada no los han querido, no tenían donde caerse muertos… Son débiles: me he dejado conmover, especialmente por ella, con esa cara humilde y sin embargo apasionada, con sus ojos de niña que ha venido de un mundo más claro que el nuestro. Y parece que lleve un gran secreto contra el pecho como otra llevaría un ramo de flores. Es tan inocente, cándida, pura, que parece imposible que tenga que parir de un momento a otro…
No he tenido valor para sacármela de encima, de noche, en ese estado: acaso he obrado mal, pero ya no hay remedio. Se han sentado en el establo, en silencio; como si esperasen sin palabras o esperasen un milagro.
También el viejo parece una persona de bien. Asiste a esa pobre mujer con tantos miramientos como si ella fuese una reina y él un señor convertido en esclavo. No entiendo nada. Van por el mundo solos, sin un criado, sin una mujer que pueda ayudar a esta niña que está a punto de sufrir… ¿Por qué habrán salido precisamente los últimos días del embarazo? Llevar a esa pobrecita por los caminos, en este mes frío y en sus condiciones, no es propio de un hombre juicioso.
Total, que no he tenido valor para dejarlos marchar desconsolados. El establo es viejo y sucio, pero, por lo menos, tienen un poco de techo sobre la cabeza y las bestias siempre dan un poco de calor. Aunque me haya equivocado, lo he hecho con un buen fin: el Señor no me castigará. He sentido como si una voz interior me empujara a albergar a esos dos pobres extraviados. Y hasta el Libro ordena dar albergue a los peregrinos abandonados. ¡Dios quiera que todo termine bien para ellos y para mi!
El pastor que se ha quedado atrás
¡Qué furia, mis compañeros apenas han hablado con aquellos jóvenes desconocidos! Yo soy más viejo, y no puedo correr como ellos, pero, en compensación, conozco el mundo un poco mejor que ellos.
¿Quiénes serán aquellos luminosos? Aquí en el pueblo nunca los habíamos visto. Deben de ser forasteros y de los forasteros hay que fiarse hasta un cierto punto. Ponerlos a prueba, interrogarlos… No, señor, mis compañeros, en seguida, a las primeras palabras, han levantado los brazos como alas y han salido corriendo como el viento.
A decir verdad, aquellos hombres no parecían ni hombres como nosotros. Tenían la cara y los vestidos iluminados, sin que pudiera entender de dónde venía la luz. No se llevaban linternas, el fuego estaba apagado y luna no hay. Y, sin embargo, parecía que tuvieran delante un fuego más que ardiente. Podrían ser espíritus del Señor, pero también podrían ser fantasmas o, peor todavía, demonios que ruedan de noche.
En cambio, estos cabreros se han quedado allí, con la boca abierta, escuchando, y se lo han tragado todo en seguida. ¿Y que han sabido? Que allá abajo, en aquella gruta, ha nacido un Rey. Pero, por lo que he aprendido en los setenta años que hace que estoy en el mundo, los reyes nacen en los palacios de las ciudades y no en las cuadras, en medio de las porquerías de los animales.
Y parece ser que este Rey desciende nada menos que de David y es Hijo de Dios. Pero nuestro Adonai, que yo sepa, no tiene hijos: es el Señor único, creador del cielo y de la tierra y no hay otros dioses fuera de Él. En cuanto a la familia de David, después de mil años y pico, mucho me temo que no quede de ella en la tierra ni sombra. Y ésos corren, como locos perseguidos, para ir a ver el milagro. Sin embargo, también yo quiero ir allá abajo: nunca se sabe…
Las ovejas dejadas solas
Nos han despertado con aquella luz que no era ni sol ni fuego, y después han salido corriendo. No se sabe dónde, no se sabe por qué.
¡Si lo supiera el amo!
¿Por qué abandonarnos, precisamente en esta hora, en esta oscuridad? ¡Si todavía nos hubieran dejado solas durante el día, menos mal! Hubiéramos podido entrar, por lo menos, en aquel campo de trigo de allá abajo y hacernos pasar las ganas. Durante el día, pobres de nosotras, si nos acercamos por allí, nos arrojan con gritos y a bastonazos. Y es preciso contentarse con la con la hierba rala que, con el frío, se esconde entre las piedras, y a veces nos pincha los labios. Ahora, aunque los guardianes hayan huido, no podemos salir del cercado y no hay ninguna esperanza de pastos prohibidos.
Es preciso quedarnos aquí temblando, un poco de frío y un poco de miedo. Se preocupan de nosotras cuando hace sol y nadie se acerca, y ahora que el mundo es todo negro y hay tantos peligros, nuestros esbirros desaparecen. Sin embargo, precisamente por la noche es cuando pueden venir los lobos, los chacales y todos nuestros enemigos. Podríamos en un abrir y cerrar de ojos encontrarnos degolladas por esas bestias de ojos rojos y sin misericordia. O bien los ladrones pueden robarnos los hijos y venderlos quién sabe dónde. Y todo por culpa de esos pastores enloquecidos que han salido corriendo por hacer caso a aquellos jóvenes relucientes. ¡Bonita manera de hacer los guardianes! ¡Nos apalean de día y nos dejan sin defensa por la noche!
Los hombres se dan aires de ser quién sabe qué y luego pierden la cabeza de repente. Y nosotras, obedientes, buenas, calladas… ¡Y luego nos recompensan así!
Ahora que estamos despiertas, sentimos el cuerpo medio vacío, que rumorea-ayer hemos encontrado poco pasto-, ¿y quién consigue volver a dormir?
¿Por qué han venido a llamarme, en mitad de la noche, si no tenían necesidad de mí? El viejo llega, llama a la puerta como si quisiera derribarla, suplica, me hace salir de la cama caliente, y me cuenta que su mujer está a punto de dar a luz y que no tiene a nadie para asistirla. Yo, ingenua, me dejo persuadir, y le sigo. Creía que estaban en casa de parientes, o por lo menos en la posada. En cambio, me lleva a un establo fuera del pueblo, alejado, medio derrumbado. Se detiene y dice: es aquí. Yo no quería ni entrar, porque no estoy acostumbrada a poner los pies en los establos. Todas mis clientes son señoras, las mejores señoras de Belén. Y esta mujer que se aloja en un establo debe ser una desgraciada, una huida, tal vez una pecadora que se esconde.
A pesar de todo, me llené de valor y entré. Ahora ya había llegado hasta allí y tal vez consiguiera un siclo, aunque el viejo no tuviera aspecto de ser una persona de posibles. Pero cuando ya estoy dentro, ¿qué veo? A la madre toda tranquila y plácida, sentada cerca del pesebre, como si nada hubiese ocurrido. Y allí dentro, en el heno, un hermoso niño que me mira a los ojos y que ilumina toda la habitación.
Y entonces, digo yo, ¿qué sorpresas son éstas? ¿Porqué me habéis arrancado de casa, donde soñaba tan bien, si todo se ha terminado?
Ellos, el hombre y la mujer, se miran y no me contestan. Finalmente consigo saber que aquella joven ha parido sin dolor, sin trabajo y sola, sin la ayuda de nadie, mientras el viejo me buscaba. No he podido contener la rabia y me he desahogado con los dos cuanto me ha parecido.
Pero la mujer estaba completamente encantada con el niño y el niño parecía que me sonriera, como si quisiera calmarme. El viejo ha intentado ponerme en la mano algunas monedas, pero yo no he querido nada y he salido de allí dando un portazo.
Aquellas no son personas como las otras, y yo no quiero ni tocar su dinero. Puedo equivocarme, pero ahí hay algo de brujería. Nunca se ha oído decir que una mujer pariera de ese modo, sin dolores y sin socorro. ¡Y ese hijo que mira a la gente como un hombre!
Y luego, ¡hacerme levantar a esta hora, con este viento helado, y para llegar y encontrarme que todo está hecho! Mañana, apenas se haga de día, quiero explicárselo todo al centurión. Dejaré de ser quien soy si mañana no los echa de Belén, ¡vagabundos ignorantes!
El ratón en la pared
Eso ya está visto: esta noche ayuno. Esperaba que se hiciera oscuro para salir de mi escondrijo y buscarme la comida, cuando he empezado a llegar gente y se ha puesto a hacer luz, a hablar y a moverse por todas partes. Hay una mujer con un niño, un viejo que los acompaña, y además, los pastores de los alrededores. Son hombres, por tanto, perseguidores de mi raza, y no hay que dejarse ver. Me toca quedarme aquí, entre estas dos piedras removidas, espiando lo que sucede.
Y siento que el hambre me debilita. Esperaba encontrar alguna migaja de pan que se hubiera caído hoy al labrador y algunos granos de trigo que se hubieran quedado entre la paja, como otras noches. Pero no hay solución. Salir de aquí no me conviene. Los pastores han encendido fuego y se ve como si fuera de día. En cuanto me descubrieran me aplastarían con sus zapatos herrados.
No se sabe lo que están haciendo ahí dentro. Por la noche no suele haber más que el buey y el asno, y de ellos no tengo miedo. Casi diría que somos amigos, aunque sean mucho mayores que yo. Esos cabreros están ahí, alrededor del pesebre, con los ojos abiertos, como si adoraran a ese niño que acaba de nacer. Sólo Dios sabe qué habrá ocurrido para maravillarse tanto y hacer tanta fiesta. A mí me parece un niño como los demás, y también los niños, cuando pueden, se divierten torturando a mis hermanos. Yo, de verdad, no tengo ningunas ganas de adorarle como lo hacen estos villanos. Tanto más, que si sufro hambre es por su culpa. Si le dejaran solo, me gustaría divertirme mordiéndole…
El buey¿Quién habrá dado a ésos el derecho a invadir mi casa? Es la primera vez que los veo. Esa joven no es la mujer del guardián, y ese viejo no es el boyero. Y, sin embargo, están haciendo de dueños y hasta han ocupado el pesebre destinado a mi heno. ¿Qué señorío es éste?
¿Qué habrán puesto dentro del pesebre?
¡Vaya! Ahora lo veo. Es un hijo de mujer, ¡un hombre apenas nacido! ¡Pero que diferente es de todos los demás! En mi vida he visto una criatura parecida. No llora, como hacen los niños, no duerme, no gime, no grita. Tiene los ojos abiertos, grandes serenos como el cielo de abril. No parece un niño de verdad, sino una aparición, un pequeño Dios que por equivocación ha ido a para en medio de la hierba seca…
Nunca me había dado cuenta de lo oscuro y sucio que es este establo. Me avergüenzo de no tener un sitio más bello, más digno de él. Descubro las telas de araña que antes no había visto; las maderas carcomidas; las losas del suelo todas húmedas, todas negras.
¿Cómo es posible que un ser tan milagroso haya escogido esta mugrienta cabaña para venir al mundo?
De él emana un resplandor caliente, una luminiscencia amorosa que atraviesa todas las cosas y hace bien al corazón. Los hombres no son así ni cuando nacen Los hombres son duros, burdos, crueles, tristes…
Ahora sonríe y parece que quisiera hablar. Se ha cuenta de que le miro y parece que me dé las gracias. No tiene miedo de mí. Casi diría que me quiere y que me quisiera consolar. En ninguna mirada humana he descubierto nunca una expresión igual.
Ya soy viejo y he trabajado durante tantos años que mis pobres huesos están cansados. Pero por él haría gustoso cualquier cosa: llevar a cuestas una montaña, arar todos los campos de Judea.
¿Qué podría hacer por él? ¿De qué manera demostrarle mi reconocimiento? ¿Calentarle con mi aliento? Pero ¿seré digno yo, animal de yugo, de acercarme a ese cuerpecillo que reluce?
El gorrión en el tejadoNo entiendo nada de lo que pasa. Luz arriba y luz abajo. Parece que se está haciendo de día y, sin embargo, éste no es el calor del sol.
Me parece que hace poco que he regresado al nido y en esta época del año las noches no terminan nunca. No puede ser la mañana. Aquí hay un misterio. Abajo en el establo oigo voces; arriba en el cielo otras voces, no sé de quién. ¿Será posible que los hombres se hayan puesto a volar como nosotros? ¡Sería nuestra ruina!
El hecho es que esta noche no es posible dormir en paz.
Y a mí, que mañana a primera hora tengo que levantar el vuelo para buscar alguna semilla o algún residuo para no morirme de hambre, estas luces y estas voces no me convienen nada.
Las otras noches estábamos tan en paz que era un encanto. En verdad que no sé lo que tiene que buscar la gente a esta hora para fastidiar a un pobre pájaro que durante el día tiene que afanarse para ganarse la vida. ¿Por qué no duermen tranquilos, como hacía yo?
Parece imposible, pero esos brutos gigantes de dos piernas parecen creados aposta para nuestro castigo. O nos hacen prisioneros, o nos matan, y, no contentos con esto, me fastidian el sueño.
Dios ha querido que antes de morir viera cosas maravillosas. ¡Todas las noches aquí dentro, en las tinieblas, cansado y triste, pensando en mi vida desgraciada, sin otra compañía que un buey que rumia o un ratón que roe!
Ahora, en cambio, me parece estar en el corazón del mundo. Un esplendor que palpita, un cántico que baja de los cielos, una mujer más bella que las otras mujeres, un niño que roba el sosiego a quien le ve. Yo no soy un sentimental, como mi blanco compañero, y tampoco un supersticioso, como mi dueño. Y, sin embargo, no tendría ganas de arrodillarme como hacen estos cabreros que han acudido aquí, corriendo, como si los hubiera convocado un Dios.
También yo he rodado lo mío; una vez he estado en Damasco y seis veces en Jerusalén. Pero no recuerdo un prodigio como éste, nunca me he sentido tan feliz como esta noche.
Esa joven que inclina su rostro bellísimo y pálido sobre el fruto de su sangre, casi me hace llorar por no sé qué nueva ternura. Y ese hombre anciano que contempla a la mujer y al niño como si estuviera arrebatado a la felicidad por un sueño. Y esos pastores que tienen la cara más enrojecida por la alegría que por el reflejo de las llamas. Y esa criatura dulcísima tendida en el pesebre, que contempla a todos como si quisiera atraerlos, como si los quisiera consumir con su corazón.
Ese no es hijo de un hombre. He oído decir a los pastores que les fue anunciado el nacimiento de un Dios. Cuanto más lo miro, más me parece verdad. Los hombres no tienen esos ojos, no exhalan ese fulgor.
¡Y pensar que yo le he visto nacer, yo, pobre bestia de carga, despreciado por todos! ¿Por qué misterio ha querido iniciar su vida aquí, en este pesebre destartalado, destinado a nuestros morros hambrientos? ¿Por qué arcana razón soy digno de ser espectador de un portento tan increíble: el nacimiento de un Dios?
Soy el último de los animales de la tierra, soy un pobre saco de piel llagada y de huesos molidos; pero no me eches, Niño; permíteme también a mí amar a Aquel que un día quiso crear hasta a mí.
martes, 9 de diciembre de 2008
El nacimiento del Señor
Es tan vacío celebrar una festividad sin tener presente la razón que le dió nacimiento, y de eso Chile lo sabe bastante bien, solo ver que celebramos... la "noche de brujas". Se desnaturaliza absolutamente lo que se celebra cuando no tenemos presente su razón de ser, inclusive cuando realizamos sus actos de manera mecánica y automática.
Y aquí me detengo en la soberbia de occidente. La noche del 24 se celebra quizás el hecho mas esencial en el nacimiento de la cultura occidental, ya que el cristianismo ha sido uno de los elementos centrales de nuestra cultura, de su desarrollo y crecimiento, pero en nuestra genialidad, hemos hecho todo lo que se nos ocurrió para olvidarnos de su vital importancia. Siempre he admirado a la cultura del viejo mundo, pero reconozco que se me cayeron cuando no aceptaron incluir en el proyecto de constitución europea el hecho de que el cristianismo fue esencial en su crecimiento, en su historia, en su evolución. Querer rehusar de ello es equivalente a negar de donde venimos. Y en tamaño error, miramos del hombro para abajo a Oriente, quienes si son mas consecuentes con su historia y raíces.
No recordamos ese hecho que marcó nuestra historia, que nos marcó un antes y un después por la relevancia de lo que ocurrió. Dios, el creador, nos regaló a su Hijo por el amor que nos tenía; y su Hijo, muere por nosotros, por nuestros pecados, para nuestra salvación. Y pese la magnitud de tales hechos, no recordamos el nacimiento de nuestro salvador, y pasamos esta fecha sólo pensando que regalos haremos sin deternos un momento en celebrar lo que de verdad es la causa de todo, que Jesús nació en un humilde pesebre, que vino por los que sufren, por los que no estan bien en sus vidas, para recordarnos que nuestro padre está con ellos, y que los recibirá en sus brazos.
Ojalá, en la noche del 24, nos demos un momento de recordar que estamos celebrando y en nuestro interior decir "Gracias Dios, por enviarnos a tu HIjo para nuestra salvación, y por poder estar junto a quienes amamos"
lunes, 8 de diciembre de 2008
Rincones de Santiago
Un rincón de Santiago realmente bello es el Barrio Concha y Toro, ubicado en las calles del mismo nombre. Cercano a la Av. Brasil, por la calle Erasmo Escala, se llega a estas calles que conforman una X que en su punto de intersección se emplaza una fuente de agua, a la cual se le llamó la plaza de la libertad de prensa; y uds. se preguntaran ¿donde esta lo bello del barrio?, y la respuesta es en la arquitectura de sus casas, todas de dos pisos, contruídas en las primeras décadas del siglo pasado, en sus fachadas se encuentran estilos como neoclásicas, gótico, art decó y beaux arts.
Hoy en día junto con sus residentes, se encuentran también variados pubs y restorantes que en las noches le otorgan un aire acogedor a quienes lo visitan. Es uno de aquellos sectores a los cuales llegan muchos extranjeros atraídos por un sector cuya belleza no deja a nadie que sepa distinguir la belleza de sus calles sin sorprender.
Dentro de una ciudad en la cual se tiene una notoria adicción por lo nuevo así como por los voladores de luces, nunca se debe dejar de lado estos bellos rincones poseedores de una historia y espíritu que no abundan en Santiago. Son sectores que en su totalidad acogen a sus visitantes, ya que invitan a caminar por sus veredas, a entretener la vista en sus fachadas de distintos estilos, que nos quedemos un rato, sea sentado en su plaza o en algun local tomándonos un café en medio de una conversación arreglando el mundo, ya que... ¿esa es la idea, o no?